martes, 2 de agosto de 2011

CAPITULO XI : CUANTO DUELE EL DOLOR

 varios meses después...                       


                                                     Hola Rocío :

Siento este silencio y la ausencia de cartas por mi parte pero un amigo me dio una noticia que ha marcado un antes y un después en mi vida. La protagonista de esta carta se llama Esther. Era una persona muy especial que me enseñó el significado de HUMANIDAD además de darme clases de perseverancia y positivismo.  La conocí por casualidad en una pagina de esas llamadas redes sociales, y después de chatear con ella durante un par de días decidimos quedar en persona para tomar un café. Era tal cual la recordaba en las fotos que me mando a mi email, pero con una pequeña diferencia, su corte de pelo era muy diferente al que vi en las fotos y con un toque artificial que no le venía nada bien a ese rostro tan bonito. 



La primera imagen que tuve de ella fue maravillosa. Una mujer de treinta y seis años de edad, cabello negro y brillante, ojos inmensos, preciosos, pero que encerraban en ellos mucho dolor y desesperación. Su cuerpo era digno de todos los elogios que un hombre pueda describir. Pero que al acercarse a mí, su sonrisa y esa forma de mirarme me cautivaron de tal manera, que no podía dar crédito de lo que me estaba pasando. 
Después de saludarnos, caminamos hacía la cafetería de esos amigos que en alguna ocasión te he comentado en este pueblo llamado Blanco y Negro. 

La conversación era fluida, llena de naturalidad y con una dulzura tan embriagadora que estar centrado en mis respuestas era bastante complicado para mi. 
La conversación era tan amena que pasaban las horas sin darme cuenta. Esther, al mirar el reloj y con cara de agotamiento me dijo que se tenía que marchar, cosa que me dolió sobremanera ya que no quería de ninguna manera separarme de esa magnifica mujer. Intenté retenerla ofreciéndole una copa, un helado, otro té.... ¡ yo que sé!, no quería despedirme de ella porque sin haberse ido todavía ya la estaba echando de menos. Pero al mirar sus ojos, comprendí que realmente era como ella decía, su rostro marcaba agotamiento y cansancio.


Nos despedimos y como sí me fuera la vida en ello la invité a tomar café el próximo día.
Al día siguiente hay estaba yo, en el mismo sitio y a la misma hora de la primera cita. ¡Bien!, ha llegado, hoy también voy a poder disfrutar de su presencia, de su conversación, y de lo que es más importante, poder oler ese perfume y ver esa sonrisa que me tenía totalmente cautivado.

Después de otra charla muy amena y de mi insistencia por invitarla a un licor, ella me dijo con rostro serio y preocupado : Javier, tengo que confesarte algo...
No, por favor, no me digas que estas casada, no me digas que... es igual, no me digas nada que impida volver a vernos de nuevo, dije yo.
Ella con una sonrisa forzada y moviendo la cabeza con una negativa me dijo que no, que desgraciadamente era otra cosa la que me tenía que contar y sin más preámbulos me dijo: Manu, tengo cancer...

Perdoname Rocío pero no puedo seguir con esta carta. Es tan duro para mí...   te mandaré otra más adelante terminando de contar que pasó y como.




                                     Un beso            



                                                                      Javier







 

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