miércoles, 8 de febrero de 2023

Amores Truncados

 Soy quién soy, no lo puedo remediar. 

Amo, sonrío y me vuelvo a ilusionar.

No tengo remedio, lo sé. 

Tantas veces he cambiado, tanto llegué a dar, que aveces no sé quién soy. 

He recogido migajas de un amor incomprendido, he sufrido y he penado, por no ser quién querías que fuera. 

Cuanto más claro lo veo todo, más se me nubla la vista. Es difícil responder porqué es tan duro el destino. Una vez fui joven. Me enamoré de una chica, rubia, guapa y risueña. Con sólo diecisiete años y una vida por delante, se complicó la vida enamorándose de quien no la quería. La dejo embarazada, después la dejó tirada en el abandono de la indiferencia y el dolor. Su familia no lo sabía porque ella no tenía el valor suficiente. Después aparecí yo, allí, en un pueblo retirado de mi hogar, de la comodidad de un chaval de dieciocho años.  Me enamore locamente. Oí de su boca la realidad de su vida. No me importo porque mi amor era fuerte y valiente. Comenzamos una aventura bonita e inocente, que duró dos meses. Nos mandamos cartas de amor, nos veíamos a escondidas como dos furtivos. La noche era nuestra aliada, donde nos cubríamos para amarnos. Nos besábamos, nos acariciábamos y hacíamos el amor con tanta pasión, que nuestros cuerpos temblaban en la hierba. Mirando la luna soñábamos despiertos cómo sería nuestro futuro juntos con un bebé que no era mío. 

Un día llego a mi casa una carta de ella. Yo estaba en un pueblo retirado de la ciudad donde trabajaba como camarero de feria. Al regresar a casa descubro que la carta fue leída, ultrajada por la mirada de unos ojos atónitos que no daban crédito de su contenido. Me preguntaron si el crío era mío. Me interrogaron para después juzgarme por el delito de amar a una chica embarazada. Esa fue mi pena y olvidarla mi castigo. No podía hacer nada, era joven, sin dinero ni nadie que me ayudara. Tuve que dejarla de la forma más cobarde. Tuve que decir tantas cosas que no quería, que por letra redactada una lágrima caía por mi joven y desdichado rostro. 

Al siguiente año mientras hacía la mili, un compañero de cuartel me descubrió. Supo de mi historia porque su novia fue la chica que me ayudaba a comunicarme con ella y una foto desveló quien era yo en esta historia. Cuando el chico se entero me dijo lo idiota que fui, porque chica como aquella, no había más en aquel pueblo. El siguiente fin de semana, este chico me invitó a su casa. Allí la vi de nuevo, año y poco después. Hablamos y nada más. Todo cambio entre nosotros y nunca más volví a ver. 

Qué habría pasado si hubiera sido valiente?. ¿Qué habría pasado?. Eso nunca lo sabremos.

Cuando cumplí veintiún años un par de meses antes de casarme, quedé con un amigo para tomar café y darle la invitación para la boda. Vino con un par de amigas y una de ellas era una chica con la que coincidía muy a menudo en una discoteca. Fue mi amor platónico desde el mismo instante que la vi por primera vez. 

Al presentarme las chicas y sentarnos en una mesa ella me dijo que le sonaba mi cara, y sin pensarlo ni un poco le respondí que fue mi amor platónico de aquella discoteca, pero como tenía pareja nunca me acerqué a ella. Ella sonrió y me respondió que fue una pena el no haberme acercado a ella, porque el que fue su novio era un cretino.

Cuando me vio darle la invitación a mi amigo preguntó que era ese sobre y al enterarse que era la invitación de boda, su rostro cambió completamente. Fueron pasando las semanas y coincidimos muchas tardes. Hablábamos de nosotros, reíamos recordando anécdotas y sin darnos cuenta nos fuimos enamorando el uno del otro. 

El día antes de la boda estaba en un bar con los amigos y allí estaba ella. Me pidió que la acompañara fuera. Yo la seguí a la calle y en cuanto salí del local me agarró del brazo y me llevó a la calle de al lado. Estaba oscura y no había nadie. Me empujó a la pared y me comió a besos. No daba crédito de lo que me estaba pasando. Era irreal, no podía ser que la chica que tanto me gustaba y deseaba con toda mi alma, se entregara a mí de esa manera en esa oscura calle. Mi corazón luchaba con mi cerebro, mientras me besaba por el cuello me decía al oído que no me casara. Que rompiera con todo y fuera feliz con ella. Me lo pidió, me lo suplico. Mientras la apretaba contra mi pecho mis manos acariciaron todo su cuerpo. El deseo y la pasión se apoderó de mí mientras ella desabrochaba mi cinturón. Sus manos temblorosas me bajaron el pantalón hasta las rodillas, dejándome desnudo parcialmente. Me tocaba y masajeaba mientras no paraba de besarme por el cuello. Mi cuerpo se estremecía mientras mirando al cielo el remordimiento me decía que al día siguiente me tenía que casar. 

Continuará…