lunes, 29 de agosto de 2011

CAPITULO XI (CONTINUACIÓN)

                                                  Hola  Rocío



Sé que la carta anterior fue muy escueta y la dejé a medias, pero me era imposible seguir escribiendo y recordando aquellos momentos. Contarte todo aquello fue más doloroso de lo que podía imaginar, pero tengo que hacerlo, porque mi vida se quedó estancada después de lo que te seguiré contando a continuación.

Después de que Esther me contara porque ese peinado tan extraño, nada bonito y mucho menos acorde a su cara. Después de rechazar varias veces mi invitación a tomar una copa. Después de oír su voz tan dulce, tranquila y llena de paz. Después de todo eso, vino la confesión de su enfermedad. Cáncer, ni más ni menos, el maldito, odiado y temido cáncer.

Fueron los minutos más dificiles que he pasado en mi vida.¿Cómo podía consolarla?, ¿cómo decirle que yo no saldría huyendo?. Sobre todo, como dejar de mirar esos ojos tan llenos de vida y hermosura. 

Seguimos hablando sin cambiar de tema, tratándolo con la mayor naturalidad, dándole a entender a ella que sabía donde me estaba metiendo pero que no me importaba en absoluto. Seguimos hablando de varios temas, su pasado, mi pasado, risas, anécdotas simpáticas, el cansancio se veía en su rostro. Así terminó nuestra primera cita, con un ¡hasta mañana! y dos dulces besos en nuestras mejillas.

Al día siguiente quedamos en la cafetería de ese pueblo llamado Blanco y Negro por mí, que por cierto los propietarios, son un matrimonio maravilloso y grandes amigos mios. Ana, la propietaria del establecimiento, intuía algo diferente en esta cita. Ella había sido testigo de tantas y tantas citas mías con chicas conocidas en esas paginas de Internet que prometen ser el mejor método de encontrar el amor verdadero.
Cuando Esther se marchó después de la segunda cita, Ana se acercó a mi mesa y sirviéndome un whisky, me dijo con una sonrisa y mirada de complicidad _ veo que esta chica te ha gustado de verdad, ¿no es así?.
Así es le respondí con rostro serio y triste. Al oír como lo dije y mirar mi cara, se sentó un momento y me preguntó si sabía donde me estaba metiendo.
_¡Claro que sí!, ¿por qué me preguntas eso Ana?.
_ Porque sé que el pelo de esa chica no es el suyo es una peluca, porque también sé que su salud es delicada y porque tú cara me ha delatado tristeza e impotencia. ¿Me equivoco Javier?.
_ No Ana, no te equivocas en nada.

Pero no podía dejar de quedar con ella, me gustaba no sólo su físico y su belleza, su personalidad era cautivadora, me daba paz, me sentía tan bien a su lado. ¡Sí Rocío!, me estaba enamorando de Esther sin saberlo, sin darme cuenta, a pasos agigantados, viviendo el momento con ella con gran intensidad. 
Hasta que un día se lo dije, me acerqué a ella y la bese en los labios. Eso cambió mi vida. 


Salimos durante unos meses. Fueron muy dificiles para mí. Vivir su ilusión por el comentario favorable de  un medico de su enfermedad, ver los destrozos que hacía en ella la quimioterapia. Esos fines de semanas en mi casa los dos juntos, cuidándola y queriéndola, sin poder hacer el amor por los efectos de la quimioterapia, su impotencia por no poder dármelo todo, rezar y pedirle a dios que la ayudara, que no me la arrebatara. 
Con todo lo que he pasado en los asuntos del amor, Esther era el resultado de mis plegarias, la pareja perfecta para compartir mi presente y futuro. Y ahora que la tengo, una maldita enfermedad me la quiere quitar. Esta vida es injusta, infiel como las personas, asesina con los que menos culpa tienen y muy dolorosa.


Nuestra relación era una montaña rusa, de momento estaba eufórica y me quería muchisimo, como al rato me trataba a punta pies. Me puedo hacer una idea de lo duro que podía ser empezar una relación con un hombre y a la vez saber que tú enfermedad no te deja llevar una vida de pareja normal. Si para mí era duro y difícil para ella lo era mucho más. Hasta que un día me dijo que quería dejarlo conmigo, que era una tontería seguir juntos porque yo no estaba preparado para estar con una mujer en su situación. Que yo no la quería tanto para estar ahí si ella empeoraba. De esa manera me despachó, sin más. Sin derecho a una suplica, sin importarle mi opinión. Pero lo que yo no sabía era que me estaba protegiendo porque después de unas pruebas medicas le diagnosticaron metástasis y le quedaba muy poco de vida.


Ese mismo día la llamé a su teléfono varias veces sin respuestas, le mandé no sé cuantos correos electrónicos. Pero era inútil, ya no quería saber nada más de mí.
Me fui a mi querida cafetería y con un whisky en la mano le pregunté con lágrimas en los ojos a mi amiga Ana ¿por qué?. Porque te quiere y quiere protegerte, porque sabe lo que va a pasar y sabe lo que vas a sufrir después. Javier, porque no quiere que sufras me respondió mi querida amiga. 



Pero seguimos en contacto, por teléfono, por correos electrónicos. Yo le preguntaba por su salud y ella por mi trabajo. Hasta que un amigo mío y conocido de amigos de  Esther me dio la fatídica noticia de que ella había muerto. No te puedes hacer una idea cuanto me dolió la noticia de mi amigo. Me llevé varios días sin darme cuenta de nada. Las horas pasaban pero yo era como un robot, iba a trabajar, hacía la compra, cocinaba, pero estaba sumido en sueño despierto.
No te imaginas lo duro que es para mí contarte todo esto, recordarlo todo de nuevo. Esther se llevó de mi corazón un trozo muy grande de amor y esperanza.

Por cierto, recuerdo que hay una historia inacabada


Ahora necesito descansar, esta carta me ha agotado muchisimo. Te desea una feliz semana tú contador de historias.



                                                              Javier

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